Noche de Reyes

carta-reyes-magosEn la noche mágica de los Reyes Magos los niños quieren dormir con un ojo abierto, pero no pueden. Saben que si no se duermen del todo los Reyes no vendrán y no encontrarán regalos en el salón. Pero el pequeño Tomy había ideado un plan para poder descubrirlos. Estaba ansioso porque llegara la noche.

Se bañó y se puso su pijama favorito, uno con cohetes y estrellas y después de cenar se fue a la cama sin rechistar. Al pasar por el cuarto de su hermana mayor entró de puntillas. María escuchaba su Ipod y bailaba de espaldas a la puerta, pero como intuyendo una presencia se giró y quedó paralizada cuando lo vio.

—¿Qué haces aquí, pequeño monstruo? —inquirió al quitarse los auriculares.

—¿Tú los has visto alguna vez?

—¿A quién?  A… ¿los Reyes Magos? —María estuvo a punto de decir que sí, que los había visto, pero al ver la cara de sorpresa del niño no fue capaz de desvelárselo.

—Yo los veré esta noche.

María se rio, no le creyó. Sólo podrás verlos cuando ellos quieran, le advirtió. Si lo haces romperás las reglas y te quedarás sin regalos. Se colocó los auriculares de nuevo, lo sacó de la habitación y cerró la puerta dejándolo en el pasillo.

Tomy regresó a su cuarto y se tumbó en la alfombra con un libro de caballeros y dragones. La noche se echó sobre la ciudad, la luna relucía en un círculo perfecto, las estrellas brillaban en el firmamento y Tomy, desafiando las leyes humanas y la línea del tiempo, acabó dormido con un ojo abierto. Además, fue capaz de oír todos los ruidos procedentes de su casa, la televisión encendida, las voces de sus padres. Y más allá, en la calle, voces desconocidas dándose las buenas noches, amigos que se encontraban o despedían. De pronto el silencio y una luz desconocida que se filtraba por debajo de la puerta.

Se levantó despacio y colocó la oreja en la madera, escuchó susurros sospechosos. «¡Son ellos, son ellos!». La emoción le recorría el cuerpo, se puso con prisa las zapatillas y una bata de cuadros, abrió la puerta y salió al salón. Lo que vieron sus ojos lo impactaron.  Tres gigantes vestidos de ropajes coloridos vertían leche en unos tazones de cereales y a cada cucharada que daban, un regalo aparecía sobre el sofá o los sillones. Al verlo dejaron de comer, se miraron con sorpresa y le preguntaron qué hacía despierto. Quería veros, contestó. Los tres gigantes empezaron a reír de una manera estrepitosa.

—Chuss, despertaréis a mis papás y a mi hermana.

—¿Ya sabes lo que les pasa a los niños curiosos? —preguntó el que tenía una barba roja—. Has roto las reglas, atente a las consecuencias.

Tomy se encogió de hombros, ¿qué podía decir? Pensó que cuando lo explicara en el colegio sería el niño más popular.

—¿Qué pasa ahí? —La voz de su padre sonó malhumorada desde su habitación.

No quiso que lo descubrieran y corrió a su cuarto. De pronto la luz desapareció, esperó un momento y regresó al salón. Lo encontró vacío y no había nada, nada, en los sillones ni el sofá. Se agachó, buscó bajó los muebles, tras las cortinas, en los rincones, fue a la cocina. Los regalos se habían esfumado. Derrotado se fue a su cuarto y se durmió llorando en la alfombra.

Los gritos de su hermana lo despertaron.

—Pequeño monstruo, levántate, ¿no quieres ver que te han traído los Reyes? —la escuchó reírse desde el otro lado de la puerta—. Te han dejado carbón.

Tardó mucho en salir de su habitación, al llegar al salón lo vio vacío y sus padres y hermana sonreían. «¿Por qué se reían?». No tenía gracia. Desalentado fue a la cocina y llenó su tazón de cereales. La botella de leche estaba vacía y tuvo que ir a la despensa. Desde lo lejos las voces de sus padres lo llamaban.

—¿De verdad no quieres ver tus regalos?

Gritaban con risa y las lágrimas asomaron a sus ojos. «¿Qué regalos?», se preguntó.

Repasó la noche anterior. Cómo se arrepentía de haber desafiado las leyes para ver a los Reyes. No le perdonarían nunca que por su culpa ninguno tuviera regalos.  Después de desayunar se fue en silencio a su cuarto y se metió en la cama. Al rato María fue a verlo. ¿Qué te ocurre? Tus regalos te esperan. Él no la escuchó. Empezó a llorar. Había sido su culpa, admitió entre sollozos. Él había visto a los Reyes Magos.

—¿Seguro que los viste? —preguntó su hermana y añadió—: Sígueme.

Se secó las lágrimas, sorprendido y fue tras ella. Al llegar al salón todo era diferente, había más luz y en el suelo, desperdigados, se encontraban muchos regalos, entre ellos un balón, una consola y un gran castillo con caballeros se elevaba junto al sillón.  Miró a sus papás emocionado. ¿Cómo podía ser? María le guiñó un ojo y le susurró al oído: A veces se mira, pero no siempre se ve.

La magia está en la ilusión de la mirada.

Nota de la autora: Este cuento forma parte de una recopilación de Cuentos de Navidad registrados en SafeCreative.

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1 comentario en «Noche de Reyes»

  1. Un cuento muy bonito Nuria. Es una noche mágica para pequeños y mayores.

    Feliz año nuevo!!!

    ¿Te has portado bien? Busca debajo del árbol, estoy segura de que alguna sorpresa te espera.

    Un millón de besos.

    Marian.

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